13 de agosto de 2011

Neofascismo, de Juan Pedro Viñuela

Mantengo la tesis de que el fascismo económico es la antesala del fascismo político. Que estamos asistiendo a un fascismo económico creo que no es cosa de duda, aunque algunos mantengan la teoría, fascista y totalitaria, de que éste orden social es el mejor de los mundos posibles. Eso es, precisamente, uno de los caracteres de su fascismo. La ideología del crecimiento ilimitado, la eliminación del estado para que éste se reduzca meramente a la seguridad militar y policial, así como a una legislación que proteja las grandes empresas (curiosa forma ésta de entender la libertad del mercado) es una forma de fascismo. En primer lugar, la idea del crecimiento ilimitado, en sí mismo produce muerte y miseria. Como reza el título de un gran libro: el crecimiento mata. Nuestro orden socioeconómico vigente, forjado desde hace quinientos años para acá, se basa en la expoliación de otros países, conquista y colonización, así como en esquilmar los recursos de la tierra. El fascismo económico, el neoliberalismo, es una forma de parasitismo del hombre sobre sí mismo y sobre la biosfera. Lástima de que el fin del parásito es la muerte del huésped. No nos queda más remedio que cambiar este capitalismo sin bridas, salvaje o tardocapitalismo, según los diversos autores, por una economía decreciente hasta conseguir el equilibrio entrópico con la biosfera.


Pero, mientras tanto, asistimos a una crisis sin precedentes. Una crisis que, a mi modo de ver, es un colapso civilizatorio, a menos que se ponga remedio, o la quiebra del capitalismo global. Lo que ocurre es que en los momentos de crisis cada vez hay más personas que lo pasan mal. El miedo está en el cuerpo. Es una de las estrategias fascistas del poder para mantener a la ciudadanía en silencio e inactiva. Pero éste es el mejor caldo de cultivo para la emergencia de ideologías políticas fascistas y xenófobas. Si bien antes hablábamos del fascismo económico, que se apoya en ideologías totalitarias, como el neoliberalismo, su puesta en funcionamiento y su quiebra ha producido tal grado de malestar que el ciudadano se ve indefenso. No se siente representado, porque en verdad no lo está, por el poder político y busca discursos redentores y utópicos. Y, como no, chivos expiatorios. Estos últimos son los otros, los inmigrantes, los de otra religión y cultura. La crisis que ha producido el neoliberalismo es el caldo de cultivo perfecto para la emergencia de neofascismos políticos de carácter xenófobos y populistas. El ciudadano quiere sentirse representado. Quiere un discurso que identifique a los culpables, un discurso que le dé esperanza. De la unión del miedo y la esperanza en un mundo perfecto y utópico surge el discurso fascista que culpabiliza al diferente y rastrea en una supuesta identidad cultural y nacional perdida el surgimiento del hombre nuevo. Si a esto le unimos que la conciencia que ha creado el tardocapitalismo es una conciencia nihilista y egocéntrica pues el resultado es que cualquier discurso es capaz de rellenar ese vacío y estos son los discursos neofascistas que emergen por todo el mundo occidental, Europa y EE.UU. El resurgimiento del neofascismo es preocupante porque representa el fin de las grandes conquistas ético-políticas de Occidente desde los griegos para acá. Lo poco que nos queda de democracia y derechos humanos universales es tirado por la borda y se deja el campo libre al gobierno del más fuerte y al poder económico. El futuro desde esta perspectiva es bárbaro. Una lucha de bloques, de todos contra todos, por los escasos recursos existentes. Un progresivo exterminio y un retroceso social sin precedentes. Un nuevo oscurantismo y una eliminación de la razón y la Iluistración.



Si queremos luchar contra todo esto, debemos reconocer que la crisis actual es una crisis global y Terminal. Una quiebra del capitalismo que requiere una recomposicin de la sociedad en su conjunto. No es una crisis del capitalismo financiero que podamos parchear. Hay que cambiar el sistema desde los mecanismos del poder democrático que aún tenemos. Fomentar la razón, la critica, el diálogo, el respeto. Y recordar una cosa importante, las soluciones no son locales ni parciales, son globales. Hay que pensar en términos de humanidad, en un sentido cosmopolita. Por eso la crisis es eminentemente filosófica, de imagen del mundo, como ha sido una falsa filosofía la que nos ha levado a ella. Si no somos capaces de crear y repensar una nueva imagen del mundo que engendre unos nuevos valores, unos nuevos sentimientos y una nueva acción, estamos abocados al fin, que será una larga agonía para las generaciones venideras.

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